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El Periodico: "La niñez a salto de mata de Oualid, Ilyas y Mbark"

12/2017 - Barcelona

El Periódico comparte la historia de vida de 3 jóvenes inmigrantes. Entre ellos se encuentra Oualid, usuario de Fundación Adsis.


 


La niñez a salto de mata de Oualid, Ilyas y Mbark


Tres jóvenes marroquís relatan su vida en Barcelona, adonde llegaron solos siendo unos críos y donde Europa les muestra su peor cara


Helena López


El pequeño Oualid llega casi una hora antes a la cita. El tiempo pasa a otro ritmo cuando estás en la calle. El albergue en el que ha conseguido cama, cerca del Hospital de Sant Pau, le ofrece eso, lecho. Es un centro de acogida de emergencias nocturnas abierto en el marco de la operación frío; pero de ocho de la mañana a ocho de la tarde tiene que buscarse la vida. Hay, además, otro motivo. No quiere perderse la clase de boxeo. Sube del vestuario cambiado, con su cara de niño, lo que es, y su camiseta roja con un escudo del Melilla, lugar en el que vivió desde los 15 hasta hace menos de un año, cuando, al cumplir los 18, se le cerraron las puertas del centro de menores. Viajó entonces a Málaga y de allí, a Barcelona, donde llegó hace cuatro meses.


"Hay chicos que no soportan el albergue. Allí todo son personas mayores, y algunas van sucias... Cuando me desanimo, en tantas horas en la calle tienes mucho tiempo para pensar, me repito que esto es temporal. Hasta que encuentre un trabajo y pueda tener un piso y traerme a mi familia", se sincera con asombrosa madurez y una sonrisa que desgarra.


El sueño de Oualid es, sigue siendo, ser piloto. "De avión". Por el momento, le ha entregado el currículum al cocinero del comedor social del Paral·lel en el que almuerza solo todos los días. En Melilla hizo un curso de cocina.


Un lugar llamado Vic


Al llegar al amanecer su autocar a la Estació del Nord tras su breve paso por Málaga, un 'compañero' (en los alrededores de la terminal es habitual la presencia de niños en su misma situación) le aconsejó que fuera a un lugar llamado Vic. Que allí había "una fundación" que le podía ayudar. Sin más datos, partió hacia allí. No tenía nada que perder. Ni alternativa. Allí durmió dos días en la calle, hasta que el tercero un hombre de su país se compadeció de él, le dio algo de comida y le dejó dormir en su coche. Dos semanas.


Otro conocido le habló entonces, vía Facebook, de una fundación en Barcelona y fue a por ella. "Fui a la Fundació Adsis, y desde entonces estoy con ellos. No tenían pisos, pero me gestionaron el albergue. La semana que viene tengo cita para ver qué podemos hacer", se abre cuando, ahora sí, quedan pocos minutos para empezar la clase en el Gimnàs Social Sant Pau. "Un chico me dijo que viniera aquí, que hacían boxeo gratis para chicos como nosotros", añade con una mezcla de dulzura y timidez. Pese a la dureza de lo que explica, la sonrisa no se le borra de la cara en prácticamente ningún momento.


El boca a oreja entre conocidos y compatriotas es la base de la supervivencia de los muchos Oualids que deambulan por la capital catalana en búsqueda de una oportunidad. Se les conoce administrativamente como 'menas' (menores extranjeros no acompañados) y son 1.334 en Catalunya, principalmente en Barcelona, según las últimas cifras oficiales.


Ilyas y Oualid no se conocen, pero son del mismo lugar, Nador; y sus historias de vida tienen también mucho en común. Ilyas también puso su primer pie en Barcelona en la Estació del Nord una mañana cuando el sol aún no había acabado de salir. Su autocar venía de Murcia y viajaba junto a su hermano pequeño y otro de los chicos con los que escapó del centro de menores. El cuarto, no llegó a salir de la ciudad. Lo interceptaron en la estación y lo hicieron regresar. Era el año 2015 y a Ilyas le quedaban nueve meses para alcanzar la mayoría de edad.


Lo primero que hicieron en Barcelona fue buscar a un policía para decirle que no tenían ni madre ni padre, pero les echaron de la estación. Un hombre marroquí se les acercó y les dio un consejo: si queréis que os coja la policía tenéis que robar algo. 




Fueron a una tienda, robaron, vino la policía y les pidió que se identificaran. No tenían nada con lo que identificarse. Les pidieron el nombre y les dejaron marchar. "Queríamos que nos cogieran y no nos cogían. Nos quedamos en el Arc del Triomf con unos chicos que nos dieron de fumar. Comer, no comimos. Nos dijeron que fuéramos a la plaza de Catalunya y empezáramos a pelear y así lo hicimos", recuerda.




Funcionó. Les llevaron a fiscalía, y de ahí al aislado centro de menores Mas Pins. "Nada más llegar el director nos dijo lo que había: chicos malos, que roban, venden droga y fuman; que no nos mezcláramos con ellos. La primera noche nos dimos cuenta de que era verdad", sentencia.


"¿Dónde me llevan? ¿Van a matarme?"


Cuando les subían en el coche policial hacia el centro, tuvo miedo. Todo eran árboles y montañas. "Pensaba: ¿dónde me llevan?, ¿van a matarme?". "En casi todos los centros que conozco, y he estado en varios, se puede conseguir droga, todos los chicos lo saben. Hasta pegamento", continúa. En Mas Pins vivió hasta los 18, meses en los que hizo un curso de catalán en Ciutat Vella. "Si a las nueve no estabas en el lugar en el que nos recogía la furgoneta te quedabas en la calle. Dormías en la calle. Pero, pese a eso, hasta los 18 años estuve bien. Tenía donde dormir, donde comer y una paga. 10 euros a la semana, pero era algo. Es a los 18 cuando empiezas a darte cuenta de cómo es Europa".


A los 18, dado su buen comportamiento, en el Servei d'Atenció Especialitzada a Joves Tutelats i Extutelats (SAEJ), en la Via Laietana, le facilitaron una cama en una pensión en la plaza de Catalunya por seis meses, y una paga de 30 euros semanales. Pasado ese tiempo le dieron su permiso de residencia, que no de trabajo, y se quedó literalmente en la calle. "Eso sí fue duro. Dormí en el parque, en la playa... encontré cobijo en Can Peixauet, en un jardincito entre arbustos que quedaba resguardado: entraba el frío y el aire, pero al menos no te veía la gente".


"Si pides por la calle nadie te va a dar"


"Llegué a Mescladís para pedir algo de comida. Me ofrecieron un curso de cocina y después otro de camarero, y ahora estoy trabajando aquí", cuenta. Vive en Badalona una habitación de un piso de patada de una entidad bancaria por la que ha pagado 500 euros. "A veces -reflexiona- me pregunto cómo quieren que los chavales no roben. Te echan del centro con un papel que no te permite trabajar, y aquí nadie te puede ayudar. Si pides por la calle, nadie te va a dar, porque van a pensar que lo quieres para fumar. Si no sales a robar, ¿qué vas a hacer?".


Su sueño (pese a que los dos años que le separan de Oualid le hacen más escéptico aún tiene sueños) es trabajar en el mar. Ser pescador.


Mbarak tampoco conoce a Oualid ni a Ilyas, aunque ha pasado por lo mismo. Él, también bereber, aunque de un pueblecito del Sáhara, llegó en los bajos de un camión en el 2009 con 15 años. Tras la consabida peregrinación judicial le mandaron al centro de menores El Bosc, que cerraron por su alta conflictividad. Allí estuvo 10 días y, por su buen comportamiento le mandaron a Mas Pins, donde con el tiempo acabaría Ilyas, y a El Castell, también lejos de todo.


El primer sábado de permiso quiso ir a Barcelona, a conocer la famosa calle de Hospital. Marruecos en la capital catalana. De vuelta al centro, de noche, se equivocó de tren y se perdió. Recuerda el miedo que pasó. Solo, sin dinero, sin saber dónde estaba ni explicar dónde iba.



Al alcanzar la mayoría de edad, como Ilyas, acudió al SAEJ, donde, por un tiempo, le pagaron una habitación en Sant Adrià: "En este tiempo he hecho prácticas de  casi todo. Cada vez que acabas, te desmoralizas. Pones todas las ganas en gustar a los jefes, ya que es la única manera de conseguir los papeles, y ver cómo tanto esfuerzo no sirve para nada es duro". Cumplidos los 25 y gracias al apoyo del Casal dels Infants y a su perseverancia, ha logrado un contrato en el último bar en el que hecho las prácticas. Ha costado mucho, pero si nada se tuerce, en pocos meses podrá ser independiente.

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