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Un día con

Servicio de Transición a la Vida Adulta

La vida en un piso tutelado

El Servicio de Transición a la Vida Adulta es un proyecto que llevamos a cabo en Bilbao, Navarra y Valladolid. Se dirige a jóvenes que, normalmente, han sido tutelados por el Estado y al cumplir los 18 años tienen que abandonar el recurso que les ha acogido hasta entonces, pero que no cuentan ni con el apoyo familiar ni económico para vivir de manera independiente.

Les facilitamos un hogar en el que vivir pero, sobre todo, en el que desarrollarse para preparar su vida independiente. En este sentido, les orientamos en su proceso formativo e inserción laboral y en todo aquello que tiene que ver en la gestión doméstica y económica. El proyecto está pensado en fases, de manera que cada vez dependan menos de los educadores y educadoras del Hogar. Aun así, siempre se acaba creando un vínculo estrecho, puesto que un joven de 18 o 21 años, por más que se le prepare para vivir de manera independiente, seguirá necesitando, durante mucho tiempo, un referente al que acudir.

Hemos pasado un día con el equipo de Valladolid para experimentar las emociones que se viven en los Hogares:

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Leticia González. 18 años.

“Estoy muy feliz porque hoy me han entregado las llaves del piso de Transición. Estas llaves son muy importantes para mí. Significan responsabilidad e independencia. Y con ellas las educadoras y educadores me demuestran confianza.

Me ha emocionado mucho, además, la manera en la que lo han hecho, con una pequeña celebración que lo convierte en un momento emotivo y memorable. Me han regalado un llavero y una fotografía con las compañeras, haciéndome sentir alguien importante en su vida. Es un momento muy emotivo, que me ha hecho sentir capaz y orgullosa. Ahora empiezo una nueva etapa en el Hogar”.

Valentina Castro. 19 años.

“Desde siempre mi mayor miedo ha sido el no poder valerme por mí misma, no saber desenvolverme en un trabajo y no poder mantenerlo. Este miedo me ha acompañado en muchos momentos y lo he trabajado con mis educadores.

Mi primer día de trabajo pensaba que mi jefe y compañeros tendrían unas expectativas sobre mis capacidades y que no llegaría a ellas. Todo esto contribuía a aumentar aún más mi estrés. Y la verdad es que fue un día verdaderamente difícil, ya que tuve que estar atenta a muchas explicaciones. Pero al regresar al Hogar tras ese primer día, mi sensación fue cambiando.

Me sentí acogida y muy valorada al volver a casa, la sensación de nervios inicial fue cambiando y ahora puedo decir que fue una experiencia muy satisfactoria, porque me di cuenta de que sí podía y que era capaz de trabajar”.

Julio César Vera. 19 años.

“Este ha sido un proceso largo, en el que he aprendido muchos valores importantes y, sobre todo, he aprendido a quererme más que a nadie, siendo independiente y responsable en cada aspecto, lo más posible.

La ayuda de cada educador, sobre todo la de mi educador de referencia, ha sido tan importante como mis ganas de cambiar y mi actitud para conseguirlo. Ahora que me voy, además de darme cuenta de que estoy dando un gran paso en mi vida, también me he permitido darme cuenta de lo importante que ha sido toda esta etapa en los pisos de transición.

Me voy muy a gusto con la experiencia vivida y orgulloso del cambio radical que he experimentado”.

Alfonso de Nicolás. Educador. 51 años.

“Hoy ha venido a vernos al piso Laura. Tiene 22 años y trabaja como camarera. Hace ya varios años que salió del Servicio de Transición, pero en este tiempo hemos mantenido la relación y el contacto, llamándonos por teléfono, escribiéndonos por WhatsApp, tomando un café. Suele contarme cómo le va la vida, el trabajo, su relación de pareja, con la familia. Ya no tenemos esa relación de educador-joven, pero los educadores del Hogar y del Servicio de Transición seguimos siendo esa referencia adulta de apoyo y confianza, el lugar donde volver y sentir la seguridad de estar en un entorno donde puede contar sus vivencias, emociones, alegrías, penas, lo que sea, pues va a ser escuchada y entendida.

En la labor educativa, es difícil ver “resultados”, por eso cuando muchos de los jóvenes vuelven a vernos años después, incluso muchos años después, con sus hijos, parejas, etc., es para nosotros la prueba de que lo sembrado siempre da un fruto, aunque no sea posible verlo a corto plazo”.

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Marta Tejero. Educadora, 46 años

Con cada joven que ha pasado por mi vida en este tiempo he aprendido algo de mí, y por este motivo me siento infinitamente agradecida, ellos son nuestros grandes maestros, y mi labor como educadora ha engrandecido mi vida.

Las enseñanzas que nos ofrecen los y las jóvenes, son lecciones que encontramos en los momentos más normales y las situaciones más humildes de cada día. Con ellos he aprendido a vivir desde la esperanza, la ilusión, porque ellos son capaces de mantenerla a pesar de haber tenido experiencias dolorosas que podrían haberla anulado por completo. Con ellos he trabajado mi paciencia, porque en la mayoría de las ocasiones los logros conseguidos se ven muy a largo plazo. Ellos me han enseñado a superarme cada día, adaptándome a lo imprevisible, pues son grandes supervivientes.

He podido desarrollar mi humildad, reflejándome aquellos aspectos que debía trabajar sobre mí misma. Con ellos he aprendido a disfrutar, a reírme más, a ver la felicidad de las pequeñas cosas y saber agradecerlas, a valorar los pequeños gestos, a querer y quererme mejor... La otra parte de este gran aprendizaje se lo debo a mis compañeros y compañeras, a su forma de ser, de hacer y VIVIR el proyecto. Han sido, junto con los y las jóvenes, el motor que ha impulsado mi tarea educativa con la misma ilusión que el primer día. Me siento tremendamente afortunada por formar parte de esta maravillosa tarea de acompañar.

¡Tú también puedes ayudar a crear nuevas oportunidades!

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