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Reportaje

Las mujeres toman la voz en prisión

Empoderamiento femenino entre rejas

Cierra los ojos y piensa en la primera imagen que te viene a la cabeza cuando escuchas la palabra ‘cárcel’. Hombres musculados, con tatuajes, miradas desafiantes, barrotes y una sensación de inseguridad. La imagen que nos llega no siempre es fiel a la realidad.

Entramos en el Centro Penitenciario de Asturias. Tras varios controles y cruzar unas cuantas puertas de seguridad, accedemos a los módulos 1 y 2, más conocidos como Unidad Terapéutica y Educativa 1, la UTE 1. Una vez dentro, la primera persona que nos recibe al abrir sus puertas es Desirée, una chica joven. Tiene 23 años y lleva dos en privación de libertad. Sorprende que ella nos dé la bienvenida, por un lado por ser interna y por otro, por ser mujer. La UTE 1 es un módulo mixto, dónde la intervención educativa es el objetivo primordial. Se trata de un modelo de cogestión y responsabilidad entre funcionarios y personas internas. Desirée nos acompaña al patio, un espacio descubierto de hormigón con algunos grafitis en las paredes, coronadas por alambres y cámaras de vigilancia. Entre las porterías de fútbol y el economato destacan unas jardineras con tierra para sembrar plantas y un pequeño estanque con tortugas. La presencia de vida animal y de pérgolas de hierro que decoran el patio es algo inusual en prisión. “La UTE es un espacio dentro de prisión que realmente responde al artículo 25.2 de la Constitución, dónde se recoge que las penas privativas de libertad están orientadas a la reeducación y a la reinserción social. Algo que no es palpable en otras prisiones o en otros módulos convencionales”, cuenta Andrea Muñiz, educadora social y coordinadora del programa Nosotras de Fundación Adsis. Es algo que sabe bien Lucía, otra de las cinco mujeres internas que a día de hoy hay en la UTE 1. Lucía tiene 40 años y su trayectoria ha estado marcada por el sufrimiento y la reclusión en varias prisiones de España. “Mi infancia no fue muy buena. Mi madre no me atendía y a mi padre le veía solamente los fines de semana. Mi madre se juntó con otro hombre. Cuando tenía 12 años, empezó a abusar de mí. A raíz de eso, mi vida se fue a pique. Intenté quitarme la vida, con 13 años. Mi hermana me encontró y me salvó, gracias a Dios. Fui a vivir con mi abuela para olvidarme de todo. Entonces conocí al padre de mi hijo, que se dedicaba a atracar. En uno de esos atracos participé yo, tenía 16 años. Íbamos con una tercera persona, y nos vendió. Tuve que entrar en prisión. Aunque ya había vivido cosas, era muy niña todavía. Tuve que aprender a espabilar porque sino me pisaban. Allí me encontré con un mundo muy real. Había machitos que querían abusar de mí. Y, antes de que me hicieran daño, porque ya lo había sufrido con mi padrastro, pues aprendí a sobrevivir… pero a base de eso, también conocí el mundo de las drogas”, relata conmocionada.

"La crudeza y la realidad de las mujeres en prisión recoge la parte más vulnerable de todo lo que tiene que ver con género"

Andrea Muñiz - Educadora social y Coordinadora del programa 'Nosotras'

A cualquier hombre que ingresa al Centro Penitenciario de Asturias se le ofrece la posibilidad de ir directamente a la UTE, que es un programa libre de drogas. A las mujeres no. “Ellas tienen que pasar obligatoriamente por el módulo 10, que es el módulo de mujeres, y desde ahí solicitar esa derivación al módulo terapéutico”, cuenta Andrea, que lleva trabajando en prisión durante una década. En los últimos años, en la UTE se ha vivido un descenso muy significativo del número de mujeres. Más del 70% de las personas que están en prisión tienen un problema de adicciones añadido, por eso tiene mucho sentido que existan módulos terapéuticos libres de drogas en prisión”, explica Andrea.

“Intenté varias veces no consumir dentro, pero es muy difícil en un módulo donde sabes que lo puedes encontrar fácilmente. Si se me hubiera dado la oportunidad de entrar a la UTE cuando ingresé a mis 16 años… ay, ¡bendito sea Dios! Yo pienso que no hubiera vivido lo que viví, porque entré siendo muy inocente y salí con casi 26, con mucha rabia, mucha ira e impotencia acumulada dentro. Y encima, con una dependencia a la heroína, a la cocaína, cannabis y pastillas”, lamenta Lucía.

VIOLENCIA DE GÉNERO

Además de los problemas de adicciones, se suman situaciones de vulnerabilidad extrema que la mayoría de mujeres presentan al llegar a prisión como consecuencia de haber estado sometidas a violencia de género tanto a nivel físico como psicológico, y bajo una presión sociolaboral y familiar que incrementa su baja autoestima. “Mi segunda pareja, a parte de ser celoso, posesivo y controlador, me empezó a maltratar. Me quedé embarazada y a los dos meses, me metió una paliza y aborté. Es triste decirlo, pero tengo que dar las gracias de haber caído presa. Antes no me quería, no me valoraba. Quería reventar y que se acabara todo ya, pero aquí me he dado cuenta que eso es de cobardes, que lo bonito es luchar por algo que tú quieras”, cuenta Lucía.

La convivencia mixta en prisión es positiva por ambos lados. Santiago lleva 18 años de cárcel en cárcel. “En la UTE abrí mi corazón de verdad y reconocí que tenía un problema. Me ha rescatado de mí mismo, de esa cárcel que llevo dentro”, confiesa. “Yo estoy pagando ahora mismo una condena por violencia de género, que fue porque no sabía tratar a mi pareja. Nunca la toqué, pero la violencia psicológica es casi más dura que la violencia física. El tener compañeras me ha hecho cambiar como persona, me ha hecho mejorar”, añade.

"Estoy muy bien aquí en la UTE. Estoy yendo a Alcohólicos Anónimos. Ahora tengo muy claro en mi mente que no pienso volver a tocar la bebida, porque fue lo que me llevó a hacer lo que hice, y no quiero volver más a saber de ello"

Mariana - Interna de la Unidad Terapéutica y Educativa 1 (UTE1) del Centro Penitenciario de Asturias

“Yo trabajaba el mundo de la noche, tenía locales. La UTE me ha ayudado bastante a hacer una reflexión sobre mí, porque mi concepto sobre la mujer no era el más adecuado. Aquí los profesionales te enseñan a valorar a la mujer, que no es un objeto, es una persona. Hoy por hoy, la mujer está muy infravalorada por parte del hombre”, explica Daniel, que cumple su segunda condena por una problemática con el alcohol.

Fundación Adsis ha implementado en la UTE 1 un espacio de intervención desde la perspectiva de género. En la actualidad, el colectivo de mujeres en prisión representa alrededor de un 8%. El trabajo diario del equipo multidisciplinar de prisión está muy habituado a trabajar con hombres, y eso genera una tendencia de protección a las mujeres en un espacio de convivencia mixta, que sin pretenderlo, puede conllevar situaciones de desigualdad en la realidad penitenciaria. “Tras un proceso de investigación, desde Fundación Adsis presentamos la idea de crear un espacio dirigido directamente a las mujeres, que a día de hoy es el espacio Nosotras”, cuenta Andrea. “Desde Nosotras se intenta, sobre todo, que se empoderen. Que crezcan como personas, que se interroguen desde su rol de género, por ejemplo, por qué en la cárcel, tradicionalmente se les asignan los destinos de limpieza o de lavandería. Son aspectos que hacen que se favorezca la desigualdad. Nada distinto tampoco a lo que pasa en la sociedad. Pero al estigma que tiene una mujer que está en prisión, se le suma su condición de mujer, su condición de privada de libertad, una problemática de adicción o el pertenecer a una minoría étnica. Entonces, la crudeza y la realidad de las mujeres en prisión recoge la parte más vulnerable de todo lo que tiene que ver con género”, afirma Andrea. Nosotras pretende seguir creciendo y realizar una devolución al módulo de los resultados de la investigación y las propuestas de mejora que se puedan derivar. “Nos parece muy importante que todo lo que estamos aprendiendo aquí tenga una divulgación, porque las mujeres en prisión están silenciadas”, añade Andrea.

"Yo conocí el mundo de las drogas en prisión, con 16 años. Es mi segunda entrada, y en esos 8 años que pagué de prisión no se me dio la oportunidad de entrar a la UTE"

Lucía - Interna Unidad Terapéutica y Educativa 1 (UTE1) del Centro Penitenciario de Asturias

UN ESPACIO DE LIBERTAD

Nosotras es un espacio de libertad dentro de prisión, que dota a las mujeres de recursos personales que las ayudan a mejorar sus capacidades y afrontar las dificultades. Es también un lugar de terapia, dónde trabajar la autoestima y empoderar a la mujer.

El espacio fue diseñado, creado y decorado conjuntamente entre el equipo educativo y las mujeres presas. Sus paredes pintadas de lila recogen sus historias compartidas, sus debates y descubrimientos. Andrea dirige el taller, a través de sesiones donde plantea temas que ellas mismas quieren hablar, buscándole el punto de vista más didáctico y terapéutico. Sexualidad, derechos, arte, todo tiene cabida en un lugar exclusivo para sus oídos. Nosotras siempre está disponible para ellas. En las horas que no se imparte el taller lo usan como espacio de lectura, de estudio, de dibujo o para compartir secretos de belleza. Su cotidianidad e intimidad es lo que lo convierte en un lugar tan especial. “El espacio lo usamos para estudiar, para pintar, para hablar. A mí me aporta bienestar y me hace reflexionar sobre no querer seguir haciendo lo que hice en un pasado, porque eso lo que conlleva es más cárcel y pierdo la juventud aquí”, afirma Jennifer, de 26 años y con una condena de 5 años y 10 meses.

“Estoy muy bien aquí en la UTE. Estoy yendo a Alcohólicos Anónimos, porque tuve problemas con el alcohol. Y ahora tengo muy claro en la mente que no pienso volver a tocar la bebida, porque fue lo que me llevó a hacer lo que hice, y no quiero volver más a saber de ello. Nosotras es un espacio que pintamos y decoramos las mujeres. Los hombres ya tienen el suyo y nosotras no teníamos nada”, cuenta Mariana, interna de 46 años que este mes cumple 6 años en prisión. “Aquí están las compañeras que me escuchan y sé que puedo contar con ellas. Cuando tengo momentos de bajón, aquí me siento muy arropada”, dice Milagros, que cumple una condena de 6 meses.

El respeto es patente en toda la UTE. Hombres y mujeres conviven en la unidad siendo conscientes de dónde están, con un trato de igual a igual, y enderezando sus vidas. Poco a poco, las mujeres alzan la voz desde su espacio, el de ellas. Una voz que también se alza cada vez más en sociedad, la de ellas y la de todas, porque la voz no tiene barreras.

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