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Cooperación

Kilometros que dejan huella

Voluntariado en Ecuador: una experiencia vital

La vida es un impulso. Y si no que les pregunten a Íria y a Marc, que decidieron actuar frente a sus inquietudes y tomar una decisión que condicionaría sus vidas, cuando su propósito era el de descubrir las de otras.

Íria y Marc son pareja. Se conocieron en la facultad donde estudiaron Comunicación Audiovisual. Por aquel entonces, eran dos jóvenes veinteañeros recién licenciados y con el mundo por delante. Era el año 2003 y antes de embarcarse a un compromiso profesional que tampoco tenían claro, apostaron por hacer caso a esa parte de ellos mismos que les llamaba a cooperar. Pusieron fecha: junio. Acordaron un tiempo de estancia: 6 meses. Y tenían claro el destino: Ecuador. ¿El enlace que les llevaría a esta aventura? Fundación Adsis. “Marc era quién conocía la fundación, y en ese momento se promovía que jóvenes que tuvieran esta inquietud de cooperación, pudieran optar a vivir esta experiencia de ir a terreno a conocer los proyectos. No como unas vacaciones solidarias, sino ir a vivir con las personas del lugar. No era algo muy concreto, sino dedicar tu tiempo a conocer otra realidad y ver qué podías aportar desde el voluntariado”, explica Íria.

“El voluntariado es una oportunidad para conocer otros aspectos de ti misma. De salir de tu zona de confort, de aquello que conoces. Y acabas conociendo una realidad que termina decidiendo qué quieres ser como persona y qué quieres hacer como persona”

Meses antes del despegue a América Latina, hicieron una formación en Valencia junto a otros jóvenes vinculados a la fundación que, como en su caso, ansiaban vivir una experiencia en un país diferente al suyo, con el foco en la colaboración social como eje del trayecto.

Llegado el verano, prepararon las maletas y subieron al avión que les llevaría a Quito, la capital del país dónde vivirían durante medio año. “Saber que tienes que hacer hogar cambia mucho, es distinto que llegar a un hotel”, recuerda Marc. “Al llegar tienes esa mirada que juzga esa nueva realidad, desde tu mirada europea. Y lo empiezas a juzgar todo continuamente sin querer: por qué hacen esto, por qué llegan tarde, y por qué a todo. Luego, haces un click. Tal vez a los 3 meses, cuando ya no te ves como turista y te das cuenta que vives ahí con ellos. Incluso te mimetizas, adaptas tu lenguaje y te sientes uno más allá”, explica Íria.

Con su equipaje, se llevaron una cámara de vídeo, como parte de su kit profesional, sin ningún pretexto en concreto pero pensando en darle uso en algún momento. Y así fue. Gerardo, médico cooperante de Fundación Adsis en Quito en ese período, les sugirió colaborar con la elaboración de un documental sobre el proyecto de desarrollo comunitario que se llevaba a cabo en Catzuquí, un barrio rural de la metrópoli. “Con este documental seguimos nuestra inquietud de reivindicación, de lucha social y de denuncia. Esto condicionó sobre todo a Marc”, explica Íria. El documental, ‘El Paraíso de la cebolla’, fue decisivo en la consolidación del rumbo profesional de Marc, que a día de hoy trabaja en el sector audiovisual con producciones para distintos canales de televisión como Televisió de Catalunya (TV3). Por otro lado, Marc sigue implicado como voluntario con la fundación, realizando vídeos, uno de los cuales le va a llevar de nuevo a Esmeraldas para dar visibilidad al proyecto de producción y comercialización del cacao, que la fundación lleva a cabo de la mano con Fundación Maquita.

“No he dejado de trabajar en televisión, pero no me veo según en qué proyectos. Soy más selectivo a la hora de explicar una realidad u otra. Me he involucrado más en trabajos con un sentido social, de explicar las realidades en las que vivimos. Y la experiencia en Ecuador fue un poco el origen de todo esto”, cuenta Marc.

Íria también recuerda su voluntariado en Ecuador como detonante de muchas decisiones y oportunidades posteriores en su vida, tanto a nivel personal como profesional. Después de rodar el cortometraje documental en Catzuquí, Fundación Adsis les derivó a colaborar con el departamento de Comunicación de la universidad de Esmeraldas, donde daban apoyo con la creación de materiales gráficos y también impartieron algunos talleres formativos. Íria quería ir más allá, acceder a más personas fuera del círculo universitario. Desde la universidad, Fundación Adsis la vehiculó hasta una escuela ubicada en una zona suburbial que ofrecía clases de refuerzo escolar a niños y niñas de familias en situación de vulnerabilidad. “Fui a hacer de maestra. Esa sí fue la gran experiencia para mí. Fue muy dura, porque yo era joven y no conocía lo que era vivir en situación de pobreza. Y conocerlo a través de niños de 6 o 7 años, es duro. Esta experiencia provocó que a mi regreso, estudiara magisterio. Quería aprender más sobre educación”, relata. El regreso, en cambio, le deparaba un giro que ella ni siquiera imaginaba. Poco tiempo después de regresar a Barcelona, empezó a trabajar como técnica de fundraising en Fundación Adsis, hasta llegar a ser directora del departamento de Comunicación y Captación de fondos y formar parte de la plantilla durante 12 años. “La experiencia en Ecuador, a mí, me dio la oportunidad de conocer después la acción social de la fundación, que es donde formé mi profesión presente. Aprendí mucho y he sido muy feliz en la entidad. Esos 6 meses en Ecuador fueron clave para nosotros”, resume.

“Es una experiencia de crecimiento personal, de madurez, de toma de conciencia. Marca las decisiones que tomarás después: casarte o no casarte, tener hijos, dedicarte profesionalmente a una cosa u otra, etc…”

Su voluntariado no solamente supuso un impacto que despertara más sus curiosidades y trayectorias profesionales. El vínculo con las personas locales, el ejercicio diario de dedicar el tiempo para aportar a los demás, hizo que tanto Marc como Íria se conocieran mucho más a sí mismos. “Al final es una experiencia de crecimiento personal, de madurez, de toma de conciencia. De reflexionar sobre a qué quieres dedicar los próximos años de tu vida, de enfocarte profesionalmente. Es una experiencia que marca las decisiones que tomarás después: casarte o no casarte, tener hijos, dedicarte profesionalmente a una cosa u otra, etc…”, dice Marc. “Es un momento vital importante”, añade Íria.

De hecho, fue durante su estancia en Esmeraldas donde tomaron una de las decisiones fundamentales de su vida: casarse. “Seis meses de una experiencia así, a nivel de pareja, te une. O no. Es una intensidad en la que pones en juego si compartes valores. Recuerdo que el decidir casarnos fue a raíz de unas dinámicas de pareja que nos hicieron ahí. Recuerdo un ejercicio que nos planteaba cómo nos proyectábamos en un futuro, en pareja, con hijos… viendo dónde colocas tus valores. Vimos que los dos queríamos lo mismo. Vivimos situaciones en las que te permitía ver y conocer mucho a la otra persona”, recuerda Íria.

“Las personas nos adaptamos a todo, a lo bueno y a lo malo. Al regreso, te propones cambiar cosas que hacías y te repites que no las volverás a hacer. Algunas cosas las consigues, pero otras no. Hay inputs muy potentes de consumismo que cuesta erradicar del todo. Pero intentas no sobrepasarlos”

Su voluntariado marcó las vidas de las personas que conocieron en Ecuador, pero sobre todo, marcó la suya. Las dudas iniciales en las que se planteaban qué podían aportar, se tradujeron en apoyo, solidaridad y compromiso con una realidad muy diferente a la que estaban acostumbrados, pero que a partir de entonces, era también la suya. “Después de todo, te das cuenta que las personas nos adaptamos a todo, a lo bueno y a lo malo. Al regreso, te propones cambiar cosas que hacías y te repites que no las volverás a hacer. Algunas cosas las consigues, pero otras no. Hay inputs muy potentes de consumismo que cuesta erradicar del todo. Pero intentas no sobrepasarlos”, reflexiona Íria. “Regresamos en Navidad, que lo recuerdo como un choque muy impresionante. Volver de una realidad tan diferente siempre es un choque, pero regresar por Navidad lo hacía todo más obsceno. Por Navidad todo es siempre tan exagerado, con las mesas llenas de comida, las montañas de regalos… y nosotros seguíamos aún conectados con lo que vivimos allá”, expresa.

“Lo que nosotros dejamos ahí fue muy poquito en comparación a lo que nosotros nos llevamos”, añade Marc. “Es una oportunidad de conocer otros aspectos de ti mismo. De salir de tu zona de confort, de aquello que conoces. Y acabas conociendo una realidad que termina decidiendo qué quieres ser como persona y qué quieres hacer como persona”, concluye Íria.

Al final, está en manos de cada persona el marcar la diferencia. La diferencia que, de manera solidaria, puede condicionar la vida de personas próximas o lejanas a nuestro entorno, pero que, sin duda, dejará huella en uno o una misma.

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